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Perdonar y ser perdonado: el puente que restablece la energía

  • Foto del escritor: Kurt Bendfeldt
    Kurt Bendfeldt
  • hace 5 días
  • 2 Min. de lectura

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ree

l perdón no es olvido ni permiso; es un acto de libertad que reordena emociones, relaciones y propósito, cuando lo damos o recibimos no es para olvidar, es para sanar.


En cualquier categoría de la vida —familia, pareja, amistades, trabajo o uno mismo— el perdón funciona como un interruptor: corta el circuito de rencor y restablece la energía vital. No borra lo ocurrido ni minimiza el dolor; más bien recupera agencia. Perdonar es decidir que el pasado ya no dictará el guion del presente. Ser perdonado, en cambio, nos devuelve humanidad cuando fallamos y abre la puerta a la reparación responsable.


Lo que el perdón es (y lo que no)


Es una elección consciente de soltar la venganza y el resentimiento.

No es reconciliación automática: a veces se perdona sin retomar el vínculo.

Es cuidado propio: reduce la carga fisiológica del estrés.

No es negar límites: perdonar puede incluir poner distancia.


Impactos sanos del perdón

En la salud emocional y física. Disminuye ansiedad, insomnio y somatizaciones; mejora la regulación del sistema nervioso y la concentración. Al soltar rencor, el cuerpo sale del “modo alerta” y recupera energía para lo importante.


En las relaciones. El perdón desactiva guerras prolongadas, hace posible conversar sin reescribir la ofensa y coloca límites claros que previenen nuevas heridas. Sustituye el “te debo” por el “me responsabilizo”.


En el trabajo y los proyectos. Equipos que practican perdón y reparación cometen errores, sí, pero aprenden más rápido y gastan menos tiempo en culpas. La cultura cambia del miedo a la mejora continua.


En la espiritualidad y el sentido. Perdonar y ser perdonado nos sitúa en la verdad: todos fallamos; todos podemos crecer. La fe (o la ética personal) se vuelve práctica: justicia con límites, misericordia sin ingenuidad.


¿Cómo perdonar en la vida real?


Nombrar la herida. ¿Qué pasó? ¿Qué impacto tuvo en mi cuerpo, mis recursos y mi historia?

Decidir límites. ¿Qué sería seguro y digno a partir de ahora? (contacto, no contacto, condiciones).

Elegir soltar la venganza. No se trata de memoria selectiva, sino de renunciar a cobrar con sufrimiento.

Reparar (si corresponde). Cuando yo dañé: reconocer, pedir perdón sin excusas, ofrecer reparación concreta y sostener un cambio medible en el tiempo.

Sostener la práctica. El perdón suele ser proceso; si la herida late, repetimos la decisión y reforzamos los límites.


¿Y si no lo siento?

El perdón no espera “sentir” para actuar: actuar con límites y reparación produce, con el tiempo, emociones más ligeras. La coherencia diaria es la que adelgaza el rencor.


Conclusión: Perdonar y ser perdonado no elimina la justicia; la hace posible sin destruirnos por dentro. Es la forma más breve de volver a la paz, sin renunciar a la verdad ni a la dignidad, el perdón es una orden divina, perdonar también es amarnos y amar.


“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros; como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” — Efesios 4:32 (RVR1960)

 
 
 

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