Todos los días te espero...
- Kurt Bendfeldt
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura

Entraste como entra la aurora: sin ruido, encendiendo la casa por dentro. Nadie nos avisó que el amor también sabe caminar de puntillas. Un día estábamos armando el futuro y, de pronto, el silencio; no el que ofende, sino el que te obliga a escuchar lo que corre por debajo de las palabras.
Al principio dolió como duele el aire cuando falta: preguntas sin respuesta, culpas en equilibrio, aquello de “pude decir, pude hacer”. Después vino el enojo, la frontera que levanta el orgullo para proteger lo frágil. Hicimos inventario de fallas, exageramos los defectos, quisimos convencernos de que era mejor así. Pero la verdad del corazón es porfiada: cuando ama, insiste.
La soledad tuvo su turno. Aprendí a preparar café para uno, a ordenar la casa que dejaste a medias, a apagar canciones que decían demasiado. En medio de esa quietud aparecieron las memorias limpias: tus risas en el pasillo, tus manos salvando tardes, la fe que nos hacía equipo. Y empecé a rezar sin dramas, con esa respiración que sólo sabe pronunciar tu nombre delante de Dios.
Dos meses —casi una vida— y entendí algo: el silencio no fue castigo, fue taller. Allí adentro, Dios pulió lo que no sabíamos nombrar: la prisa, los miedos heredados, las heridas antiguas que nos empujaban a hablar fuerte para no escuchar. Suave, como quien cose, me enseñó a pedir perdón sin peros, a cuidar mejor lo bueno, a elegirte cada día incluso cuando no estás.
Hoy ya no reclamo respuestas; elijo propósito. Si nos volvemos a encontrar —y lo creo— será con la mirada más clara, la voz más baja y el futuro abierto. Porque el amor verdadero no se impone: madura. Y cuando madura, vuelve distinto, más libre, más nuestro.
“Bueno es Jehová a los que en él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la salvación de Jehová.” — Lamentaciones 3:25–26 (RVR1960)
Todos los días te espero, no tardes.








Comentarios