Fui infiel...a mi mismo

Y no hay traición más dura que la que uno se hace sin darse cuenta.

No, no fue a otra persona. No fue un secreto con alguien más. La infidelidad más silenciosa —y quizás la más dolorosa— fue hacia mí mismo.

Me fallé cuando dije “sí” queriendo decir “no”.Me fui apagando cada vez que me adapté a algo que no me hacía bien, solo por no incomodar. Me traicioné cuando elegí encajar, cuando acepté lo que no merecía, cuando callé lo que me estaba gritando por dentro.

Durante mucho tiempo me mentí.Creí que era normal olvidarme de mis sueños por cumplir con expectativas ajenas.Justifiqué mis vacíos con frases como “así es la vida” o “ya es muy tarde para cambiar”.Y así, día a día, fui construyendo una versión de mí que no me representaba.

Y lo peor de todo: lo sabía.Sentía esa incomodidad en el pecho, esa tristeza sin nombre, ese cansancio que no venía del cuerpo sino del alma.Y aún así, seguí. Por miedo, por costumbre, por lealtades mal entendidas.

Hasta que un día me vi al espejo y ya no me reconocí. No eran las arrugas. No era el tiempo. Era la distancia entre quien era y quien realmente quería ser. Me había sido infiel. Me había dejado solo. Y era hora de volver.

Volver a mí. A mi voz interna. A mis valores. A mi verdad.

Repararse después de una traición propia no es fácil. Es aceptar que te alejaste de vos sin querer. Es perdonarte por no haber sabido cuidarte.Y es decidir, con firmeza, que no vas a volver a dejarte atrás.

Desde entonces, elijo con más cuidado.Pongo límites con más claridad.Y cuando algo me incomoda, ya no lo barro debajo de la alfombra.

No porque sea perfecto ahora.Sino porque entendí que no puedo amar a nadie de verdad si antes no soy leal a mí mismo.

Y vos, que estás leyendo esto…¿Hace cuánto no te preguntás si estás siendo fiel a tu verdad?¿Hace cuánto no te elegís primero?

"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida."— Proverbios 4:23